martes, 11 de octubre de 2011

Quiero dar rienda suelta a mis deseos

5 horas dedico cada día a fortalecer mi cuerpo, levanto pesas, practico yoga, judo, boxeo y karate, me gusta sentirme fuerte, dura y especial: única. Los genes de mi familia me aportaron un cuerpo alto y fuerte, que sumado al entrenamiento diario, me convierte en la mujer más poderosa que conozco. Esa fuerza me convierte en una mujer segura de mi misma, valiente y decidida. (también prepotente, ególatra y superficial según a quién preguntes)

Desde pequeña noté que era distinta, más alta y más fuerte. Me era fácil dominar al resto de compañeros, mi físico les producía miedo, miedo que usaba para conseguir mis objetivos y, si no tenían miedo de mi, hacía lo necesario para que lo tuvieran. Siempre he disfrutado haciendo lo que quiero con quién quiero y, ya de pequeña sentía placer con ello.

Con quince años perdí la virginidad, me gustaba mi profesor de lengua, un chico jóven, con un físico estupendo que no pudo evitar que lo sorprendiera, dominara y follara. Fue una de las mejores experiencias de mi vida y en ella descubrí el poder que tenía, aquel hombre no podo evitar que lo usara para satisfacer mis caprichos, él no quería, lo violé, su polla crecía bajo mis estímulos. Lo convertí en mi puta en el instituto y disfruté de muchas horas repletas de orgasmos y placer cabalgando sobre su polla.

Me gusta vestirme con ropa sensual y usar largos tacones, mis extremidades suelen estar desnudas para que todo el mundo pueda observar mis poderosos músculos. Me excita sentir las miradas de la gente, notar el silencio y las expresiones de asombro cuando entro en una sala y las cabezas giran hacia mi posición. Disfruto exhibiendo mi cuerpo, notando la envidia en las miradas de los demás.

Soy agresiva, dominante y cruel, me follo lo que quiero cuando quiero, me da igual el sexo o la edad. Me gusta que lloren y supliquen cuando los perforo con mi dildo strap-on, es humillante para un hombre ser desvirgado por el culo por una mujer más grande, fuerte y sensual que él. Me encanta romperlos, ver como pasan de ser un hombre seguro y chulo a mi putilla temporal, llorona y aterrorizada. Suelo usarlos durante días, hasta que me canso de ellos o se rompen por exceso de uso (literalmente).

Me siento como una diosa, poderosa, imparable... superior. Me encanta abusar de mis putillas, es por eso que suelo seducir a hombres pequeños y débiles, de poco tamaño y peso a los que puedo dominar con una superioridad aplsatante. También las mujeres suelen servir para alimentar mis deseos ya que, por lo general son todavía más débiles, ligeras y blanditas que los hombres (aunque prefiero dominar y penetrar a un hombre, es más humillante y doloroso para él).

Me encanta usar a parejas de casados, seducirlos, engañarlos y, una vez están en mis redes, abusar de ellos, de los dos a la vez. Primero suelo destruir al hombre frente a su mujer, mostrando lo débil e impotente que es. Utilizo mis músculos para aplastarlo y humillarlo frente a su mujer. Lo obligo a besar y acariciar mi cuerpo antes de someter su sexo a mis deseos, lo masturbo en contra de su voluntad y lo obligo a lamer y tragar su propio semen, dejándolo dolorido, exhausto y avergonzado.

Una vez humillado y seco, dirijo mi atención a la mujer, a la que suelo perforar durante horas con el dildo más ancho posible, primero gritan y lloran, suplican y luchan, para evitar que las penetre con mis enormes dildos pero no pueden evitarlo. Siempre consigo penetrarlas haciendo que gocen y se corran una y otra vez bajo mis caricias. Soy mujer y se como tocarlas para que disfruten de generosos orgasmos, todo ocurre siempre frente a su marido, para que la oiga gritar y gemir de dolor y placer, lo obligo a mirar mientras me follo a su mujer sin que él pueda ayudarla. Violo todos sus orificios hasta volverla ciega de sensaciones.

Me gusta que se corran con furia mientras las penetro. La expresión de los maridos al ver a sus mujeres someterse y correrse entre temblores bajo mi poder sexual, no tiene precio. Supongo que aquellas mujeres están acostumbradas a 10 o 15 minutos de sexo con aquellos patéticos hombres de polla pequeña y yo las penetro durante horas con enormes dildos, convirtiéndolo en la mejor experiencia sexual de sus vidas.

Tras dejar a la mujer temblando de placer, mientras todavía disfruta de orgasmos, vuelco de nuevo la atención en el marido. Lo obligo a chupar mi dildo y a tragarse los fluidos de su mujer mientras lo humillo verbalmente, explicándole que, tras haber catado mi poder sexual, su mujer no volvería a disfrutar nunca más de su patética y blanda pollita, que, tras haber dilatado sus orificios con mis enormes dildos, ya no notará nada cuando él introduzca su miembro en su cuerpo.

Le explico que, en definitiva, su matrimonio ha acabado porque no podrá satisfacer a su mujer. Se puede pasar de un utilitario a un Ferrari con facilidad pero no al revés y, para su mujer, yo soy el Ferrari y él una bicicleta infantil. Le explico que muchas mujeres a las que me he follado, me buscan tiempo después para volver a sentir el placer de correrse; incapaces de disfrutar del sexo una vez han pasado por mis manos. Les explico que su polla es mia y que, no podrán evitar que la use para mi propio placer. Su sexo y su mujer me pertenecen.

Luego, me gusta follármelos durante horas, al principio mi cuerpo y sensualidad es suficiente para mantener una polla dura pero, tras múltiples orgasmos, requiero de la ayuda de la viagra para poder continuar cabalgando sobre ellos, suelo rodearlos con mis musculados brazos e inmovilizar los suyos a la vez que los aprieto contra mi cuerpo (generalmente, su cara queda enterrada entre mis pechos)y cabalgo con furia hasta que se agota y su polla se convierte en un pellejo enrojecido y machacado.

Cuando me siento satisfecha (nada fácil pero, tras varias horas de sexo es posible), lo libero y me levanto, mostrando mi coño bañado de leche frente a su cara, luego aprieto su cabeza contra mi sexo y lo obligo a tragar su esperma y lamer mi insaciable coño.

Durante años, tal comportamiento ha sido suficiente para quedar satisfecha pero, últimamente tengo nuevas necesidades. Tanto poder y dominación me hacen ver las cosas de otra manera. No tengo suficiente con dominar sus sexos, sus cuerpos y parejas, ahora siento la necesidad de controlar sus vidas, hay algo que nunca he hecho y cada día tengo más ganas de experimentar: la sensación de, no solo robarle a alguien, su personalidad y tranquilidad sino, de robarle también su vida.

Siento el deseo de matar, de soltar todo mi potencial sin limitaciones, utilizando todos mis conocimientos en las distintas disciplinas de lucha que domino. Solo el pensar en el poder que otorga la posibilidad de tener la vida de alguien en mis manos me excita de sobremanera. Respetar la vida es importante pero, respetar mis deseos también lo es. Cada vez tengo más ganas de experimentar lo que debe ser matar a alguien con mis manos desnudas. Es la constatación de mi supremacía física, de mi fuerza y poder.

Hoy he ejecutado  tal deseo y ha sido mejor a lo que jamás me hubiera imaginado. Atraer a mi víctima hacia mis redes ha sido fácil (siempre lo es). He tardado en decidirme pero, finalmente he elegido a un hombre de unos 30 años de edad, casado y con un físico claramente inferior al mio ya que, quiero destrozarlo y sentirme muy superior. Quizá otro día seleccione alguien que me provoque un mayor desafío.

Una vez seducido, lo he llevado a una zona industrial abandonada. Él no entendía qué hacíamos allí pero he conseguido engañarlo para conducirlo a mi trampa: un almacén en el que iba a disfrutar mucho con él.

Lo llevé hasta allí y, una vez dentro, cerré la puerta y me quedé apoyada en ella, mirando a mi víctima. Era el momento de quitarme el disfraz y disfrutar con su terror. Mis pezones se endurecieron y marcaron visiblemente mientras lo miraba, imaginando lo que le iba a hacer mientras él me miraba con expresión extrañada.

Por lo general me gusta mostrar mis músculos e intimidarlos desde el primer minuto pero, hoy es distinto y he ido a buscar a mi víctima con más ropa de lo habitual, tapando mis extremidades para evitar intimidarlos antes de hora. Había llegado el momento de mostrar mi fuerza, de destapar mi físico.

Estiré mis brazos y los flexioné, adoptando una postura de doble bíceps. El tejido de las mangas se estiró, incapaz de contener mi musculatura, repetí el movimiento, flexionando varias veces para que la sangre alimentara mis fibras, haciendo que mis músculos crecieran y se endurecieran lo suficiente como para rasgar la tela. Los ojos del hombrecito se abrieron de par en par incapaz de creer lo que estaba viendo. Repetí el procedimiento con mis piernas, rasgando los pantalones que escondían mis titánicos muslos. Odio los pantalones.

“¿Qué hacemos aquí?” me preguntó algo nervioso, mis pezones se endurecieron todavía más. “Voy a matarte” le respondí, su expresión cambió y su corazón se aceleró, no pude evitar reírme a carcajadas al ver como intentaba asimilar mis palabras. Usé mis manos para arrancar el tejido sobrante, liberando mis extremidades ante su mirada embobada.

“No me hace gracia, déjame salir” me dijo casi suplicando. Yo lo miré fijamente y le ordené que se desnudara pero no me hizo caso: bien, debería usar la fuerza para obligarlo a ello. Me acerqué lentamente y, de repente, le crucé la cara de un bofetón. “Desnúdate” le repetí mientras él me miraba frotándose la mejilla.

“Estás loca” me gritó “déjame salir”, lo miré y ¡PLAS! otra bofetada. Me estaba gustando mucho, utilizar la fuerza y golpear aquel hombre que empezaba a temblar, asustado ante mi presencia. “Desnúdate” repetí con un tono de voz calmado pero autoritario. ¡PLAS! otra bofetada le giró la cara al ignorar mis órdenes. Apoyé mis manos en la cintura y lo miré desafiante “Desnúdate” repetí de nuevo.

Me miró asustado mientras las lágrimas se amontonaban en sus ojos, una escena patética que demostraba la clase de hombre que tenía frente a mi, no tenía ninguna opción contra mis músculos pero, ni tan solo lo había probado. Descubrí entonces una mancha entre sus piernas: si, se había meado de miedo lo que me hizo reírme de él a carcajadas mientras lo señalaba.

“Haré lo que quieras pero, no me hagas daño por f..favor” balbuceó timidamente y lentamente empezó a desnudarse. No pude evitar sonreir al decirle “Te voy a matar hagas lo que hagas y si, te dolerá”.

Mis palabras hicieron que empezara a llorar igual que un niño. Se arrodilló frente a mi y juntó sus manos en señal de súplica mientras me repetía “Por favor” una y otra vez.

No se había desnudado, había empezado pero no había acabado. “Desnúdate” repetí antes de lanzar una patada que se estrelló contra su pecho y lo hizo caer de espaldas al suelo. “Deja de llorar, no te va a salvar la vida.” espeté furiosa al verlo llorar descontroladamente a mis pies.

Le arranqué la poca ropa que le quedaba mientras lo zarandeaba en mis brazos hasta dejarlo completamente desnudo, luego me reí de su patética polla, lo humillé obligándolo a acariciar mi piel y besar mis músculos mientras le repetía que aquellos músculos iban a matarlo.

Temblaba de miedo ante mi presencia, lo obligué a luchar por su vida, haciéndole creer que si me golpeaba con fuerza de verdad, le permitiría vivir. Tensé mi cuerpo y mis abdominales se marcaron profundamente. Dejé que lanzara sus mejores golpes y sus puños se estrallaron contra mi cuerpo, golpeaba y lloraba mientras mi excitación aumentaba. Casi no sentía sus patéticos golpes. Aquel hombre era débil, demasiado débil. La próxima vez elegiría otro más grande y fuerte, con una polla de verdad con la que poder jugar no aquel hombrecillo llorón.

Al rato, dejo de golpear, su respiración acelerada y el sudor sobre su piel indicaban que estaba agotado. Mis pezones se endurecieron todavía más. Me encanta esta sensación de superioridad de control y dominio. Sus ojos me miraron incrédulos mientras yo no podía evitar mirarlo con una cruel sonrisa en mis labios.

“Te voy a matar” le repetí “y lo voy a disfrutar” agregué justo antes de empezar. Mis puños atravesaban su piel y abrían heridas profundas y sangrantes, desplegué todo mi potencial, furia y cruel agresividad. Lo agarré del cuello y lo inmovilicé contra la pared mientras con el otro puño le destrozaba la cara.

Machaqué aquel cuerpo sin compasión, utilizando mis puños, mis codos, mis rodillas, mis pies... su sangre se deslizaba por mi piel mientras le arrancaba los dientes a puñetazos. No paré hasta destrozar su faz, luego continue con sus joyas familiares.

Aplasté sus huevos y golpeé su sexo con furia hasta convertirlo en papilla; con el escroto reventado y la sangre cubriéndolo todo. Lo observé mientras se retorcía en el suelo incapaz de contener su dolor. Lo abracé con fuerza contra mi cuerpo y tensé mis músculos, comprimiendo su cuerpo contra el mio, haciendo que los huesos explotaran bajo la presión, partiendo costillas, brazos y aplastando órganos.

Lo solté antes de que perdiera el sentido y le mostré mis puños bañados en su sangre frente a sus enrojecidos ojos llorones. Lo obligué a besar y lamer mis puños, mostrando respeto hacia ellos y le recordé que aquellos puños que besaba y lamía con dedicación serían los encargados de robarle la vida. Le recordé una y otra vez que lo iba a matar y él continuó besando mis puños mientras suplicaba clemencia con la mirada. Disfruté mucho ese momento, mi coño parecía una cataráta y con mis pezones podría cortar metal de lo duros que estaban.

Me senté en su pecho, abrí mis piernas y me masturbé frente a su mirada. Me corrí salvajemente y dejé que mis jugos salpicaran su cara, dejándolo empapado de sangre y orgasmos. Sin levantarme de su pecho, lo golpeé una y otra vez con mis puños hasta que su cráneo crujió y su vida se escapó. No pude evitar volver a masturbarme para apaciguar el calor que sentía en mi ser. Me corrí 6 o 7 veces seguidas antes de abandonar aquel lugar planificando cual sería mi siguiente víctima.