viernes, 15 de abril de 2011

Dos contra una

El dolor recorría mi cuerpo y la sangre se deslizaba por mi cara. Mis ojos, incrédulos, miraban como Daniel (gran amigo desde el colegio), recibía también una buena paliza.

Daniel intentaba, sin éxito, remontar aquel desastre, pero sus golpes no eran ni lo suficientemente precisos, ni lo suficientemente fuertes como para poder doblegar a su atacante.

¿Cómo podíamos imaginar hace sólo unos minutos que aquello pudiera ocurrirnos? Nos sentíamos orgullosos de nuestros cuerpos y trabajábamos duro en el gimnasio para disponer de un cuerpo musculado y potente.

Nuestro ego nos gritaba que éramos superiores a la media y que, con sólo chasquear los dedos las mujeres caerían rendidas a nuestros pies deseosas de poder tocar nuestros musculados cuerpos y cumplir nuestros deseos.

Soberbios y déspotas nunca habríamos podido imaginar que, justamente, una mujer sería la encargada de darnos una lección de humildad y respeto como aquella.

Me levanté, ignorando el dolor, para acudir en ayuda de mi amigo. Ahora ella lo tenía cogido del cuello contra la pared y, con la otra mano, lanzaba potentes puñetazos que se estrellaban en la cara de Daniel, haciendo que la sangre saltara en cada impacto de sus nudillos.

Salté sobre su espalda y la rodee del cuello con mis brazos, ahogándola y deteniendo su ataque sobre mi amigo, quien cayó al suelo aturdido.

Zarandeó su cuerpo con rabia, y luchó para separar mis brazos, pero yo continué apretando con todas mis fuerzas mientras le gritaba a Daniel que me ayudara a vencerla. Me impresionó notar su cuerpo, duro y musculado moverse con tanta energía mientras intentaba liberarse de mi presión. Aguanté sus embites el tiempo suficiente para que Daniel recuperara sus sentidos.

Daniel se sumó a mí y empezó a lanzar puñetazos contra el cuerpo de la mujer mientras yo, colgado de su espalda, apretaba con todas mis fuerzas. Durante un momento pensé que ya la teníamos y que, no podría defenderse de nuestro ataque simultaneo.

Rápidamente flexionó su pierna y su rodilla se clavó en la parte más blanda de Daniel, repitió el movimiento, aplastando de nuevo los huevos de mi amigo con su rodillazo directo entre las piernas. Daniel se dobló instintivamente pero, antes de caer al suelo. La amazona lanzó una poderosa patada directamente a la cara de Daniel, haciendo que saliera despedido hacia atrás y aterrizara boca arriba, inconsciente en el suelo.

Ahora estaba sólo contra ella, aumenté mi presión y apreté los dientes con la esperanza de cortar su suministro y hacerla caer inconsciente al suelo.

Se removió de nuevo entre mis brazos, zarandeándose salvajemente y lanzando su cuerpo contra las paredes, aplastándome, creía que ya la tenía cuando, de repente, se agachó y lanzó su cabeza para atrás, golpeándome en la cara y haciendo que perdiera mi agarre.

Sentí miedo cuando se dio la vuelta y pude ver la expresión de odio en su cara. Daniel seguía en el suelo, mirando incrédulo a aquella mujer contra la que no podíamos luchar.

Sus femeninas pero fuertes manos se cerraron alrededor de mi cuello y pude notar con asombro como mis pies se levantaban del suelo al ser elevado y estrangulado con furia por la agresiva mujer. Los músculos de sus brazos explotaron, marcándose con potencia al sostener mis 93 kilos de peso.

Intenté pedir la ayuda de mi amigo, pero era imposible hacer pasar las palabras entre las garras que presionaban mi cuello y, a los pocos segundos, el mundo desapareció de mi vista...

Al recuperar la conciencia, nada había cambiado. Al parecer, Daniel había salido en mi defensa momentos después de haber sido estrangulado por Esther. Pero no había servido de nada.

La luchadora estaba sentada sobre el pecho de Daniel y tenía inmovilizados sus brazos bajo sus rodillas. Él era incapaz de defenderse de los puñetazos que la mujer lanzaba contra su desprotegida cara.

Me vió antes de poder atacarla a traición y se dirigió hacia mi. La sangre de Daniel goteaba de entre sus manos. Lancé un puñetazo pero su patada llegó primero, preparé otro puñetazo pero, de nuevo, ella fue más rápido. Detenía mis golpes con facilidad. Yo era un libro abierto para una luchadora profesional.

Recibí unos cuantos golpes antes de caer de nuevo a sus pies, colocó mi cabeza entre sus rodillas y flexionó sus piernas. Sus músculos se hincharon y endurecieron aplastando mi cráneo, el dolor era terrible y notaba el crujir de mis huesos debilitándose bajo la tremenda presión de sus tonificadas piernas, duras como piedras. Intenté separarlas con mis manos pero mis dedos no lograron encontrar el hueco suficiente entre sus músculos de acero.

Me liberó de su presión y, agarrándome del pelo, me arrastro hasta dónde se encontraba Daniel, allí pateó nuestros cuerpos y pisoteó nuestras cabezas mientras nos gritaba rabiosa: -¿AHORA TENDRÉIS RESPETO HACIA LAS MUJERES EH?!-.

Mi cuerpo temblaba de miedo mientras Esther continuaba golpeándonos con furia, noté como se partía alguna de mis costillas y como la boca de Daniel tenía cada vez menos dientes.

Detuvo sus golpes y se quedó allí mirándonos mientras recuperaba el aliento, su cuerpo parecía brillar y todos sus músculos estaban hinchados tras el esfuerzo. Tuve miedo al mirarla y notar aquellos músculos moverse bajo su piel manchada por nuestra sangre.

-Demostradme ahora el respeto que me merezco- dijo mientras nos miraba desafiante.

-Gatead hasta mi y besad mis pies- ordenó de manera seca y autoritaria.

Tenía la intención de acatar sus órdenes pero el miedo me tenia paralizado y Daniel me sorprendió.

-¡BÉSAME TÚ LA POLLA ZORRA!- gritó Daniel con rabia.

Esther lo agarró del pelo y lo obligó a levantarse, una vez de pié lo molió a golpes. Daniel no tenía tiempo de caer al suelo. Las patadas y los puñetazos lo zarandeaban de lado a lado.

Lo castigó durante un buen rato y, finalmente Daniel cayó de bruces al suelo.

-¿Tienes suficiente o ya has aprendido la lección?- preguntó la mujer al cuerpo inmóvil de mi amigo.

-Ahora bésame el pie- le ordenó de nuevo.

Daniel se movió lentamente y se arrastró hacia la potente mujer. Es lo mejor que podía hacer, tragarse su ego y acatar las órdenes de aquella mujer. Yo iba a hacer lo mismo cuando Daniel, en vez de besar su pie, escupió en él.

-¡Vete a la mierda puta!- le dijo antes de repetir el escupitajo.

Yo me quedé congelado, incapaz de creer lo que estaba ocurriendo. Tenía miedo de aquella luchadora, de lo que había hecho y de lo que podía hacer.

Aquella mujer se quedó quieta, con los ojos abiertos como platos mirando fijamente al hombre que tenía a sus pies, pude observar como poco a poco sus músculos se tensaban y la rabia inundaba su expresión.

-Ahora vas a aprender a respetar a una mujer- dijo mientras caía sobre el cuerpo de Daniel.

Esther lo agarró del brazo y colocó las piernas alrededor de su cuerpo, tensó sus músculos y le partió el brazo a la altura del codo, ahora estaba doblado al revés. Sin soltar el brazo, se levantó y colocó el cuerpo de Daniel boca abajo, apoyó el pié tras la espalda y retorció el brazo, haciendo que se le saliera el hombro.
Le agarró la otra mano y la retorció, partiéndole la muñeca. Así continuó varios minutos, retorciendo miembros, estirando tendones y partiendo huesos.

Los gritos de dolor se mezclaban con los crujidos de los huesos y los tejidos al ceder. Daniel gritaba como un cerdo y pedía clemencia con todas sus fuerzas mientras la mujer disfrutaba destrozando aquel cuerpo moldeado tras horas de gimnasio.

Lo rodeó con sus piernas, cruzó sus tobillos y apretó con fuerza, pude ver como sus muslos se endurecían y como el torso de mi amigo cedía bajo la presión. Sus huesos crujieron y las costillas se partieron mientras la sangre abandonaba su cuerpo a borbotones.

Se levantó y orgullosa miró a aquel hombre que, destrozado agonizaba a sus pies.

Daniel ya no se parecía a Daniel, su cara estaba destrozada por los golpes recibidos, sus brazos y piernas estaban rotos, dislocados o ambas cosas a la vez, sus costillas rotas y su ego totalmente destruido. Nunca había visto tal paliza en mi vida.

-Bésame el pie- le ordenó de nuevo y, esta vez Daniel acató rápidamente sus órdenes y beso su pie entre sollozos y muestras de tremendo dolor.

-¡Oh si nene! así me gusta- dijo la amazona -no pares y sigue besándolo-

Me miró fijamente y, gateando, me acerque y me sumé. Ahora los dos besábamos con ansia sus pies, sus dedos, sus gemelos y ella parecía disfrutar.

Nos ordenó continuar besándola mientras ella deslizaba su mano entre sus piernas.

-Chupad mis dedos.. ¡oh si!-

Sus dedos empezaron a moverse mientras jadeaba de placer, se estaba masturbando mientras nosotros besábamos y acariciábamos su piel.

Minutos despues Esther disfrutó de un generoso orgasmo. -Mmmh oh! siii!... oh!

Retiro su mano húmeda y la presentó frente a nuestros ojos. -Chupad y tragad mi jugos- nos ordenó mientras introducía sus dedos en nuestras bocas.

Pasé unos cuantos días en el hospital recuperándome de las heridas sufridas por la letal luchadora pero, nada que ver con el tiempo y operaciones que pasó Daniel. Nunca pudo volver a andar con normalidad y se carácter había cambiado.

Ese fue el momento más humillante de mi vida. Nunca más volví a ese gimnasio y poco a poco, la amistad con Daniel fue diluyéndose hasta desaparecer. Ninguno de nosotros volvió a ser el mismo hombre y nunca más nos volvimos a reir de una mujer en un gimnasio.

FIN

No hay comentarios: