miércoles, 19 de enero de 2011

El arrepentimiento de Carlos

El arrepentimiento es un desagradable sentimiento, indica que: el coste para cumplir un deseo, es superior a la felicidad obtenida y, éste es el sentimiento que tiene Carlos bajo su piel. Arrepentimiento y dolor, mucho dolor.
Desde pequeño siempre ha sentido una atracción sexual por las mujeres altas y fuertes. Un deseo reprimido que, por su timidez nunca ha permitido explorar, quizá es la atracción por el polo opuesto, lo que lo empuja a desear profundamente sentirse inferior e impotente bajo un poderoso cuerpo femenino.
Carlos nunca ha resaltado por disponer de un físico espectacular (sino todo lo contrario), su estatura está un poco por encima del 1.65 metros y pesa casi 60 kilos (es un hombre pequeño y delgado), también callado y reservado.
Siendo soltero y sin compromiso, se pasa la mayor parte de su tiempo libre descargando vídeos, imágenes y textos sobre dominación femenina (cualquier tipo de dominación femenina) pero tiene claras sus preferencias. Su mayor deseo es ser sometido, golpeado, humillado, violado y destrozado por un cuerpo femenino y poderoso, sentirse inferior e impotente ante la fuerza de una mujer grande, dura y sensual, convertirse en su víctima, su esclavo, su posesión, su juguete.
Con el paso del tiempo perdió parte de su timidez y agregó su nombre y dirección de correo electrónico en una lista de “citas” muy especial, una lista de un club de peleas entre hombres y mujeres.
Su sentido común le gritaba que no lo hiciera, sus deseos le apremiaban por hacerlo y su ego masculino le hacía sentirse capaz de someter a cualquier ser del sexo “inferior” gracias a su fuerza y músculos masculinos.
Carlos introdujo una fiel descripción de su físico y de sus deseos: “Luchar hasta someter al rival, el perdedor no podrá rendirse hasta que el ganador lo permita. El vencedor podrá, como recompensa, usar el cuerpo de su rival para sus propios deseos (laborales, sexuales, etc.).” Carlos dudaba en finalizar las peticiones, faltaba definir el tipo de rival, su sentido común le indicaba empezar con algo “fácil”, una mujer no más alta y pesada que él pero, su deseo, lo llevó a exigir aquello que más le excitaba (un físico superior): “Mujer de al menos 1.70m. y 70 Kilos de peso con experiencia en la lucha cuerpo a cuerpo”.
Las respuestas no tardaron en llegar y, sobre-excitado, Carlos leyó y releyó cada uno de los e-mails, algunos de ellos iban acompañados por sensuales fotos y descripciones.
La excitación era tal que no pudo evitar masturbarse mientras miraba aquellas fotos y se imaginaba indefenso y destrozado por alguna de aquellas mujeres.
Una voz de alarma gritaba en su interior pero, Carlos la ignoró y escogió a aquella mujer que más le excitaba: Amber, 38 años, 1.85 m. y 93 kgs. La imaginó frente a él y su polla endureció de nuevo. En la foto, Amber aparecía a cuerpo entero y flexionaba sus brazos mostrando sus musculados bíceps, a sus pies había un hombre inconsciente, vencido y desnudo. Era una diosa y Carlos necesitaba someterse a aquel cuerpo, la sangre estaba entre sus piernas y su cerebro también.
Se cruzaron varios mails hasta definir hora y lugar. Estaba contento ya que por fin iba a cumplir su deseo más secreto y excitante.
Los días pasaron lentamente y Carlos sólo pensaba en que llegara aquel día. Día que finalmente llegó. Preparó su casa para ello, apartando el mobiliario y definiendo una zona de combate, aquel era el lugar seleccionado (su solitario salón), sólo tenía que esperar a la llegada de Amber.
Las reglas que ambos habían definido prohibían el público y los sistemas de grabación, pero no pudo evitar esconder una pequeña cámara estratégicamente colocada para grabar aquel espectáculo un sentimiento de culpa lo inundó al esconder la cámara pero, no podía evitar grabar aquello para la posteridad.
El timbre sonó y su corazón se aceleró, allí estaba su diosa y él no la iba a hacer esperar, corrió y abrió la puerta de par en par. Frente a él estaba la mujer más grande y fuerte que jamás había visto, tuvo que inclinar su cabeza para poder encontrarse con su mirada. La diferencia física entre ambos cuerpos era tremenda. Amber dispone de casi el doble de masa (casi todo puro músculo) mientras que él tiene un cuerpo blando y frágil. Su cuerpo reaccionó casi al instante y su polla creció y se endureció como nunca antes mientras su corazón se aceleraba peligrosamente.
Ella clavó su fria y penetrante mirada en el hombrecito, pequeño y patético, que tenía delante. Calculó rápidamente su tamaño y fuerza; una perversa sonrisa se dibujó en sus labios al comprender que aquel insignificante macho no tenía nada que hacer frente a su tremenda superioridad física. Notó un bulto crecer entre sus piernas mientras la miraba embelesado y su sonrisa creció más.
Amber respiró profundamente (haciendo que su torso se hinchara y sus pechos crecieran frente a la cara de Carlos) y flexionó sus brazos, mostrando unos bíceps definidos y vasculares. La excitación de Carlos era tal que no pudo evitar correrse allí mismo. Ella se excitó al percibir el orgasmo del hombre. Hacer eyacular a un hombre sin tocarlo en pocos segundos era algo: mágico. Indicaba poder y dominio total, no había empezado y ya lo tenía sometido, le gustaban aquellos hombrecitos, pensaba usarlo para su propio placer.
Carlos ya estaba vestido para el combate (camiseta negra sin mangas y calzoncillos de tipo boxer) ella, en cambio, tenía que cambiar el atuendo de calle por algo más cómodo. Él le señaló el WC pero ella prefirió “cambiarse” allí mismo.
Poco a poco fue quitándose las prendas que cubrían su cuerpo, mostrando su físico imponente ante un impresionado Carlos.
Se quitó toda la ropa hasta quedarse con un pequeño tanga rojo como indumentaria, el resto de su cuerpo brillaba desnudo y los músculos eran claramente visibles. La polla de Carlos volió a crecer sin control. Sus deseos iban, por fin, a cumplirse.
Antes de nada comprobaron y confirmaron las reglas anteriormente definidas. Lucha cuerpo a cuerpo (sin prohibiciones) sin tiempo, rondas ni sumisión. El vencedor decidiría cuando finalizaba el combate. Amber dejó claro que aquello no debía ser grabado y preguntó si había algún sistema de grabación, Carlos mintió entre balbuceos. Alla dejó cvlaro que en caso de encontrar uno él se arrepentiría toda su vida.
Antes de nada, la mujer posó para el pequeño hombre, flexionaba sus músculos y mostaba con orgullo su cuerpo frente al ipnotizado hombre. Le indicó que tocara y comprobara el tacto de sus músculos y él acató sus órdenes con alegría mientras su polla crecía y se endurecía.
Acarició su piel y frotó sus músculos, se impresionó con el tamaño y dureza de los mismos. Empezó por las piernas de Amber y subió lentamente, acariciando cada centímetro de su piel, toda ella era dura y los músculos se marcaban visibles bajo su tersa piel. La excitación crecía y notó como eyaculaba de nuevo mientras un escalofrío recorría su cuerpo.
Ella volvió a flexionar sus brazos y a mostrar sus desenvolupados bíceps ante Carlos, él no pudo evitar tocarlos y besarlos, eran sensualmente grandes y duros, tanto que no podía cerrar su mano alrededor de los mismos.
Amber finalizó aquel espectáculo haciendo botar sus pechos al flexionar sus pectorales. El hombre se quedó con la boca abierta viendo como aquellos desafiantes pechos se movían de arriba a abajo. imaginó lo que sería tener su polla entre aquellos pechos perfectos mientras ella los movía con el poder de su musculatura y... volvió a eyacular en sus pantalones.
Carlos deseaba que aquello empezara, quería sentir aquel cuerpo, aquellos músculos, ser sometido por una mujer “superior”. Quería dar rienda suelta a sus deseos y apretar su palpitante polla contra aquellos excitantes músculos.
Tenía los pantalones mojados y manchados así que, decidió cambiarse antes de empezar. Abandonó el salón y se cambió en la intimidad de su habitación. Cuando volvió al salón, la encontró lista, mostraba una expresión seria y agresiva, “¿Empezamos?”.
La pelea empezó y, minutos más tarde, Carlos lloraba desconsolado, prisionero bajo uno de los pies de la amazona. Desnudo y vencido, incapaz de liberarse de aquella humillación mientras la sangre brotaba de sus heridas.
Amber sonreía y disfrutaba de su sensación de poder absoluto. Era tan fácil, se sentía tan superior. Todo había sucedido rápido, había agarrado el cuerpecito del hombre entre sus brazos y lo había aplastado contra su pecho, lo apretó fuerte entre sus brazos y sus costillas crujieron, haciendo que algunas reventaran bajo la presión, luego, levantó el cuerpo del “hombre” sobre su cabeza y lo lanzó con furia. Carlos chocó contra la pared antes de caer al suelo, allí lo pateó y aplastó como una cucaracha antes de arrancarle la ropa y castigar sus pelotas con tremendos rodillazos. Carlos sintió auténtico terror ante su imposibilidad de detenerla y finalizar con tantísimo dolor.
Se sentía tan bien, tan excitada. Sus pezones crecían y se endurecían bajo su dominio, su tanga se humedecía mientras hacía crujir los huesos de Carlos con sus golpes. Aquel “hombre” no tenía ninguna opción bajo su poder, lo iba a destrozar.
Lo agarró del cuello con una de sus manos y cerró los dedos con fuerza, levantó el cuerpo de Carlos y lo mantuvo en el aire mientras lo ahogaba entre sus dedos. Los pies del macho se balanceaban inútiles a varios palmos del suelo mientras intentaba, sin éxito, abrir los dedos que le robaban el aire. El miedo lo inundó mientras Amber sonreía cruel y zarandeaba el impotente cuerpo de su víctima como si de un muñeco de trapo se tratara.
Creyó que iba a morir ahogado a manos de la amazona pero, antes de perder el conocimiento, la mujer aflojó su presión. Carlos suplicó clemencia con la poca fuerza que le quedaba, lloró y pataleó indefenso mientras ella disfrutaba y su excitación crecía. Golpeó con el puño libre la cara del hombre sin que él pudiera evitarlo. Los golpes eran potentes y a cada puñetazo se abría una herida. Lo mantenía suspendido con una de sus manos mientras, con la otra, lanzaba demoledores puñetazos directos a su cara. No paró hasta que convirtío su cara en un montón de bultos sangrantes, luego, sin dejar que el cuerpo del hombre tocara el suelo, lo colocó sobre sus hombros y estiro con fuerza de la barbilla y la pelvis, el cuerpo del muchacho se dobló bajo la fuerza de la musculosa mujer, su espalda crujió dolorosamente y Carlos creyó, de nuevo, que su vida iba a apagarse en manos de aquella bestia.
Tras retorcer su cuerpo varias veces sobre su espalda, Amber lo levantó de nuevo, usando sus poderosos brazos, sobre su cabeza y lo golpeó repetidas veces contra el techo del salón antes de lanzarlo con furia contra la otra punta de la sala.
Él se rindió a gritos y suplicó entre sollozos que había perdido y que, por favor, se detuviera. Ella se rió a carcajadas antes de responderle que ella era quién decidía cuando y cómo acabaría su sufrimiento. La mujer disfrutaba torturando al “hombre” y sus deseos seguían encendidos.
Carlos notó de nuevo como las garras de la mujer se cerraban sobre su piel y como su cuerpo era separado del suelo. La amazona lo levantó de nuevo sobre su cabeza y lo lanzó con furia contra la otra pared. Amber repitió el movimento varias veces, levantaba el ligero cuerpecito de su víctima sobre su cabeza y lo lanzaba contra las paredes y el mobiliario.
La sangre de Carlos brotaba de su cuerpo y manchaba las paredes y muebles de su salón.
La mujer se detuvo y miró al suelo, a su adversario. Él se retorcía de dolor incapaz de protegerse de aquel tormento.
La amazona lo obligó a mirarla mientras ella flexionaba sus músculos y posaba sensual frente a sus ojos, mostrando su clara superioridad física. Carlos, aterrorizado, miró como los músculos de aquella diosa se hinchaban y endurecían hasta límites que él creía, no existían en un cuerpo femenino. Aquella demostración de fuerza fruta y superioridad, excitó al castigado hombre y su polla creció tímidamente ante aquel dominio.
La mujer sonrió al ver aquella polla bajo su control y ordenó a su pequeña víctima que se levantara. Lentamente, Carlos se puso de pié y, horrorizado, miró como la mujer se acercaba lentamente, él intentó huir retrocediendo hasta que chocó contra la pared.
Su cuerpo temblaba a causa del miedo que aquella mujer le generaba, esperaba ser vencido pero no de una forma tan brutal. Ella continuaba acercándose lentamente mientras flexionaba sus músculos y mostraba su cuerpo al dolorido macho.
Se detuvo a pocos centímetros y lo miró fijamente a los ojos, rápidamente cerró una de sus manos alrededor de sus huevos. Carlos chilló aterrado mientras los dedos de la mujer se cerraban irremediablemente alrededor de su escroto. Ella apretó, retorció y clavó sus dedos mientras su víctima chillaba y lloraba sin control. Apretó con fuerza causando un gran daño en el órgano sexual del hombre. Insatisfecha, lo golpeó repetidamente con su rodilla, castigando todavía más sus destrozados genitales y no se detuvo hasta que notó como la sangre resbalaba por su rodilla. Carlos lloraba y chillaba sin control mientras intentaba protegerse de aquellos golpes.
Lo aplastó contra la pared y disfrutó unos momentos mientras los asustados ojos de Carlos la miraban entre sus pechos. Inmovilizó sus brazos sobre su cabeza y apretó más su cuerpo contra el suyo. Carlos notó como su cara era aplastada contra el pecho de aquella mujer y, cómo su cabeza, era enterrada entre los enormes pechos de la amazona. No podía respirar ni escapar, estaba entre la musculada amazona y la pared.
Al rato Amber liberó su presión sobre la cabeza de su rival y Carlos pudo obtener una bocanada de aire.
La mujer se rió de él y de su patético estado físico mientras él lloraba y suplicaba clemencia. Ella disfrutó viendo su cabeza enterrada entre sus pechos, luchando por respirar.
Zarandeó su torso, haciendo que sus pechos golpearan contra la cara del hombre que sostenía indefenso entre sus tetas. Aquellos pechos eran grandes y pesados. Carlos descubrió con horror que aquellos “tetazos” eran terriblermente efectivos. La sangre salpicaba mientras el sonido acaparaba cualquier sensación “PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS...”.
Nunca antes de haberlo experimentado hubiera imaginado que ser golpeado por unas tetas de mujer pudiera ser tan doloroso.
Amber se reía a carcajadas mientras castigaba la cara de su rival a golpes de teta. Carlos perdió algunos dientes y su mandíbula y nariz cedieron rompiéndose bajo aquellos demoledores golpes de teta.
Al rato, lo liberó y Carlos cayó al suelo encogido en posición fetal entre terribles temblores y dolores. Ella lo cogió del pelo y lo arrastró hacia el medio de la sala, luego se sentó sobre su pecho, aplastándolo bajo sus 93 kilos de peso mientras sus castigadas costillas (algunas rotas, otras fisuradas) crujían incapaces de sostener tanto peso. Amber mostró de nuevo sus poderosos bíceps mientras miraba satisfecha la cara de pez de Carlos, quien incapaz de respirar y aterrorizado, la miraba con los ojos como platos.
Se estiró sobre su cuerpo, lo agarró de las muñecas y retorció sus brazos sobre su cabeza, luego entrelazó sus musculadas y poderosas piernas con las esqueléticas y raquiticas piernas de Carlos y tensó sus músculos.
Carlos intentó gritar pero no pudo, sintió como sus extremidades se retorcían dolorosamente mientras los músculos de Amber se endurecían. Sus piernas empezaron a retorcerse y doblarse bajo la presión de la amazona, notó como su cuerpo era engullido bajo la piel de la rubia. Primero crujió y cedió su pierna izquierda, luego notó como explotaba su rodilla derecha incapaz de soportar tanta tensión. Sus brazos se dislocaron y sus músculos fueron retorcidos y aplastados bajo la potencia de Amber. Se sintió triturar indefenso, sus huesos crujían y sus músculos y tendones se retorcían bajo la presión, se abrieron heridas y se descolocaron huesos.
Amber desplegó su técnica y aplicó distintas llaves sobre el pequeño e indefenso hombrecito. Retorció y aplastó su cuerpecito entre sus poderosos músculos mientras él chillaba y suplicaba entre lágrimas y dolor, mucho dolor.
Amber sintió gran placer al aplastarlo entre sus titánicas piernas, frotó agresiva su sexo contra el de su víctima hasta que un generoso orgasmo recorrió su cuerpo, atravesando su espina dorsal y generando explosiones de placer y de poder.
Un terrible dolor lo invadió cuando los huesos de su pelvis cedieron al poder de la hembra, rompiéndose aplastados entre los muslos de Amber.
Lo liberó antes de que periera el conocimiento, se levantó y miró su “obra” mientras pequeños orgasmos continuaban recorriendo su cuerpo. Entre sus pies se encontraba lo que quedaba de Carlos. La sangre brotaba por múltiples heridas, su cara estaba reventada e inexpresiva, sus brazos retorcidos detrás de su cabeza, el torso y la pelvis estaban hinchados y hundidos a la vez y las piernas retorcidas grotescamente y entre ellas colgaba un saco negro-azul-rojo hinchado (que una vez fueron sus pelotas). Algunos daños eran irreparables, se lo merecía. Ella era una diosa y él un gusano, se merecía aquello y más.
Carlos miró asustado a aquella mujer que lo miraba orgullosa. Amber pasó sus manos por su piel, limpiándose la sangre mientras se movía sensualmente.
“Se acabó la pelea, te declaro vencido.” indicó la mujer mientras se dirigía al baño.
Carlos la siguió con la mirada mientras ella desaparecía en el baño. Sintió un gran alivio al escuchar que su tortura había acabado. Intentó levantarse sin éxito, no podía moverse. Poco a poco se arrastró hacía uno de los extremos de la sala, entonces la vió aparecer de nuevo.
El corazón le dió un vuelco al verla aparecer con un enorme dildo colgando de entre sus piernas. Una enorme polla de goma negra de unos 2 palmos de longitud y con un diámetro parecido al de un puño que apuntaba directamente a su cuerpo.
“Tal y como hemos establecido en las normas, ahora puedo hacer contigo lo que quiera” agregó feliz mientras se acercaba lentamente a Carlos. Él no pudo hacer nada para evitarlo, Amber lo levantó del suelo, lo aplastó contra una pared y lo perforó durante horas con aquella polla, le reventó literalmente el culo y no paró hasta que Carlos cayó inconsciente a causa del dolor.
Carlos despertó en un hospital, conectado a infinidad de tubos, rodeado de máquinas y pitidos. Sus lesiones eran importantes y tenía graves daños internos, traumatismos, contusiones y derrames por todo su cuerpo.
Entre otras cosas había perdido un testículo y la posibilidad de volver a andar con normalidad.
Pasaron meses antes de que podiera volver a su casa, tuvo problemas para moverse con su nueva silla de ruedas. Una vez allí recogió su grabación y la miró con detenimiento.
Tuvo que silenciar el sonido ya que sus chillidos al ser perforado por aquella mujer se asemejaban a los de un cerdo siendo sacrificado. Pudo observar que, tras perder el conocimiento, ella continuó abusando de su cuerpo, enterrando aquella gigantesca polla entre sus carnes y frotando sus genitales contra su cuerpo. Finalmente, ella se sentó sobre su pecho y se masturbó, corriéndose sobre su castigada cara.
Luego, para su sorpresa, pudo ver como la mujer se acercaba a la cámara y la miraba fíjamente (sintió como su corazón se detenía y como el miedo lo inundaba), ella sabía que había una cámara, se sintió mal por engañarla y peor al entender que, aquella paliza era consecuencia de aquel engaño. Parecía que lo mirara directamente a los ojos, Amber mostraba una expresión de enfado y asco. Luego dió media vuelta y desapareció, no sin antes patear de nuevo su indefenso e inconsciente cuerpo, se sacó el dildo y lo introdujo profundamente en su boca, sacó unas cuantas fotos humillantes de aquel saco de huesos llamado Carlos antes de desaparecer para siempre.
El arrepentimiento inundó su cuerpo. Aquella experiencia lo había destrozado físicamente y ahora se arrepentía, se arrepentía profundamente por haber dejado aquella cámara y haber echo enfadar a aquella diosa.

FIN